En el primer capítulo de El Príncipe, Nicolás Maquiavelo establece una distinción fundamental entre los tipos de principados y las maneras en que estos pueden adquirirse. Su visión del poder no solo fue revolucionaria en su época, sino que sigue siendo relevante en la actualidad, especialmente en el análisis de los liderazgos políticos y empresariales.
Maquiavelo expone que los principados pueden ser hereditarios o nuevos, y que estos últimos pueden obtenerse a través de diferentes medios: conquista, suerte, habilidad o el favor de otros. Esta clasificación, lejos de ser una simple taxonomía, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder y la estabilidad de los gobiernos. ¿Es más legítimo el liderazgo que se hereda o aquel que se obtiene por mérito? ¿La estabilidad de un régimen depende de su origen o de la forma en que es gestionado?
Hoy en día, la teoría de Maquiavelo puede aplicarse no solo en la política, sino en ámbitos como la empresa y las organizaciones. Los líderes que heredan una estructura consolidada enfrentan el reto de mantenerla sin grandes sobresaltos, mientras que aquellos que llegan al poder mediante la innovación o el cambio deben consolidarse con estrategias inteligentes. La política moderna nos muestra ejemplos de ambos casos: líderes que perpetúan un sistema tradicional y otros que buscan transformar radicalmente el panorama.
Sin embargo, una de las enseñanzas más valiosas de Maquiavelo es que el poder no solo se obtiene, sino que debe mantenerse con inteligencia y pragmatismo. No basta con llegar a la cima; la verdadera habilidad radica en conservar el control y adaptarse a las circunstancias. La historia nos ha enseñado que el éxito de un gobernante o un líder no depende solo de cómo accede al poder, sino de cómo lo administra una vez allí.
LIC. ALEXIS ROSARIO, CDP, SNTP. FIP