En los últimos tiempos, hemos visto cómo algunos políticos han decidido abandonar sus partidos de origen para incorporarse a otras formaciones políticas. Estos movimientos, conocidos como transfuguismo, suelen estar motivados por el descontento, la ambición o la oportunidad de obtener más poder o influencia. Sin embargo, ¿qué consecuencias tiene el transfuguismo para los propios políticos y para el sistema democrático?
En primer lugar, el transfuguismo supone una traición a los votantes que confiaron en el proyecto político del partido al que pertenecía el político. Al cambiar de bando, el político rompe el contrato electoral que le vinculaba con sus electores y les deja sin representación. Esto genera una sensación de decepción, desconfianza y desafección hacia la política en general y hacia el partido al que pertenecía el político en particular.
En segundo lugar, el transfuguismo implica una pérdida de credibilidad y de identidad política del político que cambia de partido. Al pasar de una ideología a otra, el político demuestra que no tiene unos principios firmes ni una coherencia ideológica. Además, se expone al rechazo o a la indiferencia de los votantes del partido al que se incorpora, que pueden verlo como un oportunista, un intruso o un desconocido. Así, el político se queda sin un apoyo social sólido y sin un proyecto político claro.
En tercer lugar, el transfuguismo afecta negativamente al funcionamiento del sistema democrático y al equilibrio de poderes. Al alterar la composición de las instituciones representativas, el transfuguismo puede provocar cambios en las mayorías parlamentarias, en las alianzas de gobierno o en la oposición. Esto puede generar inestabilidad política, dificultar la gobernabilidad o favorecer la corrupción. Además, el transfuguismo debilita la pluralidad política y la competencia entre partidos, al reducir la oferta electoral y la diversidad ideológica.
En conclusión, el transfuguismo político es una práctica que tiene más inconvenientes que ventajas, tanto para los propios políticos como para el sistema democrático. Por eso, es necesario regular el transfuguismo y sancionar a los políticos que lo practican, para evitar que se convierta en una costumbre habitual y para preservar la calidad de la democracia.
LIC. RAMON A. ROSARIO, CDP, SNTP, FIP
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